CAMINO DE MADUREZ HUMANA

De lo más importante que todos debemos aprender en este mundo es el amor verdadero, es decir, aprender a amar de verdad, con el amor que muchos -en este mundo superficial y materialista- ya no conocen, el amor sacrificado, que sale de sí mismo, del propio egoísmo -gusto, querer e interés- y sacrifica lo que sea por amor a Dios y por, al menos, respeto a los demás; idealmente más que solo respeto, ayuda y edificación.

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Creo que esto tan elemental, cada vez son mas los que lo desconocen. El mundo actual ha llevado a muchos a la ceguera espiritual que tiene como consecuencia un egocentrismo pavoroso, que es lo que podemos llamar también inmadurez, que va de la mano con síntomas de depresión, tristeza, victimismo, negatividad, reclamo, etc. Lo vemos en los que patalean y se manifiestan como locos si no sale el presidente que ellos querían, o si no se cumplen sus expectativas en diversas áreas de la vida. Se puede incluir también aquí la falta de aceptación propia de la familia y lugar en que nació, de los propios rasgos físicos, enfermedades o limitaciones, de la propia sexualidad etc.

La vida es para aprender, para madurar, es un proceso que no acaba nunca de crecimiento, de adueñarnos de nosotros mismos, de aprender a ser felices por nosotros mismos. La vida, con las pruebas, desengaños, decepciones, frustraciones, desencantos etc., nos enseña que no somos dioses, que no todo es como uno quisiera, que no podemos esperar los demás nos complazcan siempre, ni siquiera Dios ha de hacerlo, pues el mundo no gira en torno a uno, ni debo pretender tal cosa. No podemos depender de lo que el otro es o no es, da o no da, dice o no dice, pues esto nos dejaría cimentados en arena, como hojita seca que lleva el viento para arriba o para abajo, según como los demás le responden.

Es una postura de total e infantil inmadurez, de quien no aprende de las experiencias vividas a caminar, a pararse en sus propios pies, a responsabilizarse de su propia vida, de sus propias virtudes y defectos, de su propia felicidad o infelicidad. Esto será siempre consecuencia de las propias actitudes, decisiones, aprendizajes, y de nadie más que de uno mismo.

Es una postura cómoda de nuestro desorden egoísta que sigue la ley del mínimo esfuerzo, y por ello desde su soberbia, ira, envidia, pereza, lujuria, etc., no quiere salir de su zona de comodidad, de lo que le es más fácil y grato, de sus propios deseos e intereses que quiere sean siempre satisfechos. Rehúye los cambios, no quiere tener la culpa, es más fácil que la tengan los otros y así uno no tiene que cambiar, porque es el otro el que está mal y debe hacerlo. Y quiere que el mundo entero gire a su alrededor y le complazca sus deseos. Así es nuestro desorden egoísta, que todos tenemos y hemos de tener bajo control, aprendiendo, madurando.

Cree que su felicidad depende de algo exterior, cosas o personas, por eso tienden a imponer y manipular a otros, para que hagan lo que ellos quieren. Unos esperan alcanzarla con el poder, otros con el prestigio, otros con riquezas, otros con placeres, otros con personas, amistades, caprichos, viajes, actividad, etc.; esas son codependencias, adicciones, que pueden llegar a ser idolatrías que ocupan el lugar de Dios, pues se pone en ellas el corazón, y cuando faltan, se siente desgraciado, se deprime, patalea, se queja, se cree víctima, etc. pero el problema no esta afuera, sino adentro, en la propia actitud, en la propia inmadurez.

De antemano hemos de aceptar que nadie puede satisfacer nuestra expectativa, ni debe hacerlo; nadie ha nacido con esa vocación. No somos dios, no debemos nunca pretender imponer nuestra voluntad a nadie, ni menos a Dios. Es legítimo que cada persona tome sus decisiones libre y responsablemente, pero todos debemos hacerlo con sensatez, es decir sin esperar de los demás o de las cosas externas lo que no nos pueden dar. Sin caer en la actitud egocéntrica e inmadura de querer ser complacidos siempre, de no querer sacrificios ni esfuerzos, de querer imponer nuestra voluntad.

Podemos proponer, pero no imponer, y hemos de tener la madurez necesaria para que los demás decidan de un modo contrario a nuestro gusto o interés; obviamente cada uno cosechará lo que siempre y sufrirá las consecuencias de sus propias decisiones, y así aprendemos a caminar, tropezando y cayendo.

La cruz de cada día tiene sentido, es el camino que lleva al Padre; necesitamos saber aceptar muchas realidades que no podemos cambiar -en nosotros, en los demás y en el mundo- aunque no nos gusten, aunque sea cruz; no rechazarla como maldición; el cristiano la acepta y la abraza, como penitencia saludable, como muestra de madurez y amor a Dios, como camino que Dios le brinda para la santificación, parte ineludible y necesaria de la vida de todo ser humano.

El que quiera ser mi discípulo niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame. Sea la cruz que sea: la de la escasez o pobreza, de las limitaciones humanas propias o de los demás, del sacrificio impuesto, de no tener lo que se quiere, de tener que trabajar, de las debilidades o defectos, la propia sexualidad, enfermedades o discapacidades, accidentes, malos gobiernos, injusticia, inseguridad, leyes inicuas, etc.; el cristiano tiene la gracia de Dios para aceptarlo todo por amor a Él, uniéndonos así a El y a su santa voluntad, en todas estas precariedades humanas, que no podemos cambiar.

El inmaduro, en cambio, no quiere cruz ni sacrificio alguno, no quiere lo que cuesta trabajo, vive centrado en sí mismo, pendiente de satisfacer sus propios deseos, y renegando, lamentando y victimizándose cuando esto no sucede como él quisiera. Patalea y culpa a todo el que puede por sus problemas, carencias y desacuerdos. En su inmadurez e ignorancia, se atreve incluso a culpar y acusar a Dios por todo lo que le desagrada, de sí mismo, de los demás o del mundo. O peor, le niega e ignora para poderse endiosar a sí mismo y decidir por sí solo lo que esta bien y lo que no, y hacer todo lo que quiere desde su propia ignorancia. Y es ahí que llegan atrocidades como asesinatos, robos, abortos, y toda clase de maldad.

La luz de la palabra de Dios y la Gracia del Espíritu Santo nos hacen aceptar y querer el camino de amor y madurez que Cristo nos trazó, para tomar con gusto, fortaleza y valentía la cruz que se nos presenta cada día, de una forma o de otra, en la propia realidad y en la de los demás.

Esto es el privilegio de vivir como hijos de Dios, el bautismo, el reino de Dios que estamos llamados a vivir, desde la total aceptación de esta realidad humana, con todas sus precariedades, la aceptación de uno mismo y de los demás, como Cristo nos acepta y nos ama, incluso siendo pecadores. Este es el primer paso necesario para poder agradar a Dios, para poder crecer espiritualmente y ayudar a los demás a crecer también en santidad, desde la aceptación y el trato de amor cristiano que describe 1 Co 13. Es lo que debe distinguirnos a los cristianos: que nos amamos como Él nos amó y nos ama.

Acerca de juliodomenech

TOMO ESTE ESPACIO COMO REFLEXIÓN EN PROCESO. COMPARTIENDO LO QUE PUEDA DE VEZ EN CUANDO. SIEMPRE ABIERTO A CAMBIAR Y A ENRIQUECERME, PUES NO DEJAMOS DE LEER, DE VIVIR, DE APRENDER. COMPARTIENDO CRECEREMOS JUNTOS. NOS AYUDAMOS A NOS SALIRNOS DEL CAMINO DE LA VIDA, SINO POR EL CONTRARIO, ADENTRARNOS Y AFIANZARNOS MÁS EN EL. PARA ELLO SON NUESTRAS REFLEXIONES. ES TIEMPO DE GRACIA Y BENDICIÓN QUE NO PODEMOS DESAPROVECHAR. ESTE ES UNO DE TANTOS MEDIOS.
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